Ya hace tiempo que nece
sito hablarte,
sí. Últimamente han pasado muchas cosas que me han hecho concienciar de la importancia que tiene en mi vida todo aquello que me rodea. Todo esto me traslada a aquellos tiempos pasados. Y claro, tú has formado parte importante de ellos.
Sí, todavía estás aquí, pero tu papel en esta historia ya hace tiempo que pasó a ser secundario. Tras la puerta habitas con tu silencio. Pero ante esa apariencia estática en la que te escudas, sé que añoras mi tacto, mi voz y mi presencia.
No me gustaría que esta conversación te pareciera un reproche. Sólo que, ya llevo tiempo pensando que, quizás, si hubieras insistido un poco más, si hubieras luchado por mí, yo no hubiera dejado de tocarte, de acariciarte y de cantarte. Y, hasta hubiera podido escribir para ti.
Entiendo que tú sin mí no eres nada pero, yo ahora, ya no puedo abrirte una puerta a la esperanza. El tiempo nos ha distanciado y aún siguiendo aquí juntos, nos hemos convertido en dos extraños. Aunque siempre tendrás la opción de cambiar de habitación. Eso sería menos duro que irte de casa.
Hace ya algunos años que he descubierto en mí otras inquietudes, otras formas de ver el mundo y de disfrutar de la vida. Siempre fui un alma inquieta, pero he tomado conciencia de ello un poco tarde. Y todavía, a estas alturas de mi vida, sigo sin encontrar mi lugar y la herramienta que me ayude a expresar todo lo que llevo dentro.
He probado con lápiz y papel, fotografía y ahora estoy con el pincel. También hace algún tiempo que he descubierto cómo viajar por el mundo sin moverme de casa, me gusta saber lo que hay más allá de mis cuatro paredes, me gusta aprender, comunicarme, relacionarme. No sé si me entiendes. En ocasiones, es muy gratificante y enriquecedor. Pero... ¿Qué te voy a contar yo a ti, que tú no intuyas?.
De todas formas,
si te soy sincera, no sé todavía,
si yo puedo ser alguien
sin ti.
No busco un culpable no, esto es cosa de dos. Sólo pienso en nuestras posibilidades si hubiéramos seguido el mismo camino, si hubiéramos coincidido en el modo, en la forma, si hubiéramos tenido más afinidad; si nos hubiéramos comprendido. Me entristece la idea de no haber compartido más cosas contigo. Tampoco pienses que tu vida se ha ido al traste, no, eso sería un error; sino que depende de él. La mayoría de tus desafínos han sido provocados por la cuerda floja. Debería de haber aprendido a afinarte, a tensar la cuerda para que te reafirmaras conmigo. Quizás me hubieras sentido más cerca y todo hubiera sido más melodioso.
Recuerdo cuando empezamos. Yo sólo era una niña y esperaba con ansia que llegara el día en el que tú y yo coincidíamos en aquella sala que nos dejaba la parroquia para ensayar. ¿Recuerdas al padre Jaime? o ¿era Didac?, no recuerdo bien su nombre, pero sí a él. Cuánto aprendimos con él y cuánta paciencia tenía con nosotros. ¡Santa paciencia! (nunca mejor dicho).
Recuerdo también aquellas excursiones de mochila a cuestas y tú apoyándote sobre mi hombro. Cuando íbamos en grupo, reíamos y cantábamos todos juntos en el tren; tirados en el suelo del descansillo. La gente tenía que saltar para pasar a sus asientos, algunos se molestaban, pero otros disfrutaban con nuestras risas y canciones, y acababan sonriendo y haciéndose partícipes de nuestra alegría. ¿Recuerdas el cancionero? Nos las sabíamos todas... ¡Madre mía! ¡Qué tiempos aquellos!
Y aquellos veranos en familia en la playa, ¿recuerdas?. Todo el día correteando en bañador y pantalón corto, despreocupados, sin presiones aparentes y felices, muy felices. Te gustaba apoyarte en mis piernas y que yo te tocara, mientras todos aquellos turistas se morían de la envidia. Y qué gracia nos hacía que nos aplaudieran cuando cantábamos por Serrat, Lole y Manuel, Paco Ibañez, Carlos Cano; nos hacían corrillo. Incluso nos atrevíamos con las canciones de Sílvio y Milanés, que aquellos amigos vascos nos hicieron descubrir. Y todo eso de oídas, apenas las escuchábamos ya nos poníamos a trabajar en ellas.
No quiero dejar de decirte una cosa que, creo, te va a gustar: en aquellos momentos, alguna vez, me sentí celosa al verte feliz en otras manos.
Pero el paso del tiempo y las circunstancias nos hacen cambiar. Nuestra vida cambia tanto que aparecen nuevas responsabilidades, damos paso a otras prioridades que hacen que las relaciones se congelen, se paralicen y queden para siempre en el recuerdo. Sin pensar en lo que realmente cada uno de nosotros necesitamos.
Y ya para terminar: Sí menor ha sido nuestra relación, mi querida "Guitarra", no fue tan mala. Y a veces tengo la tentación de intentarlo de nuevo pero, ¿sabes?, tengo miedo de herirte. Mis manos ya no están ágiles para tocarte, mi voz está rota para cantarte y en mi mente ya no encuentro los acordes que te dieron vida.
Así que sólo te pido una cosa Guitarra: quédate con mi cariño.